jueves, 8 de marzo de 2012

Filicidio (2009)

Me encontré con Clara el martes pasado. Yo salía de la psicóloga, ella del psiquiatra. La noté entre tensa y preocupada. Sobre todo, cansada.
Me miraba con ojos de lucha, de resistencia, de sobre vivencia. Creo que le di la misma impresión ya que en su gesto logré verme reflejada, como quien se mira frente a un espejo.
Hacía largos meses que no nos veíamos, ni hablábamos siquiera. Yo con mis cosas, ella con las suyas. Por otro lado las nuestras, las cosas compartidas, habían quedando a un costado.
Le pregunté cómo andaba y me respondió como lo hubiese hecho mi viejo en épocas difíciles: “Acá andamos, tirando”. Su mueca me recordó la máscara de la tragedia teatral. Me angustió.
Me contó que estaba trabajando mucho, que el sueldo era justo para sus apretados gastos pero que la experiencia en un futuro le serviría. Sigue estudiando. Intenta recibirse hace 2 años, pero el trabajo, la universidad pública. Yo la entiendo. No puedo dejar de identificarme con sus muecas, sus gestos, con sus palabras y sus tonos.
Está de novia hace poco tiempo. Lo conoció en un cumpleaños y desde allí son inseparables. Él también estudia y trabaja.
Le cuento sobre mi carrera y mi temporal puesto laboral. Le menciono al pasar mi soltero estado civil sin otorgarle demasiada importancia. Quería volver a ella, quería preguntarle. Me intrigaba, me preocupaba.
Me animo:

- Clara, ¿Estás bien?
- “El psiquiatra me recetó un Clonazepam por noche y me recomendó que tuviera una cajita de Rivotril sublingual siempre en mi cartera para no tener que preocuparme por nada.”
Enseguida empieza a contarme acerca de sus picos de presión y sus ataques de pánico, hablando de ello con la misma liviandad con la que yo le había informado acerca de mi estado civil. Atónita intento recordarle sus cortos 25 años y los no tan lejanos y juveniles 20. Me explica que en su casa las cosas no están bien.
Le hago saber explícitamente que puede contactarse conmigo ante cualquier inconveniente y, al instante, recuerdo sus cosas y mis cosas, nuestra incomunicación. La saludo, doy media vuelta y decido entonces comprometerme con sus cosas y nuestra comunicación.
Durante el trayecto a casa pienso en el encuentro y en la casualidad de cargar con la misma dosis de "anti-pánicos"que llevaba Clara en su cartera. Pienso en la casualidad, inexistente casualidad. Pienso entonces en la causalidad.
Pienso en mis cosas, en sus cosas, en nuestra incomunicación. En nuestros trabajos, nuestros estudios, nuestros estados civiles y nuestras familias. De pronto pienso en el mundial, en el fútbol para todos e inevitablemente recuerdo a León Gieco cantándole a la memoria: “fue cuando el fútbol se lo comió todo”.
Pienso en la ley de medios, en los que tienen, en los que no tienen. Sobre todo en los que no tienen.
Llego a casa, bastante angustiada. Siento el nudo en la garganta firme e inamovible.
Ahora pienso en el Rivotril que hay en mi morral y en el Rivotril que hay en la cartera de Clara, y entiendo todo.

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