Formar una pareja, casarse, tener hijos, envejecer, morir.
Querer. Querer tener. Querer tener-te. Mandato, posesivo. ¿Cómo no pensarlo? ¿Cómo esquivarlo? ¿Cómo se destruye lo cotidiano e incuestionable? Y entonces: ¿Cómo se construye un futuro? Un futuro que quiero, que quiero tener, que quiero tener-te.
Pero ¿Qué quiero? ¿Quiero tener? ¿Quiero tener-te? Y ¿En qué medida? ¿En qué forma? Quizás fuera de lo “normal”, fuera de lo habitual. Tal vez esquivando las rutinas, una vez más. Creando reglas, creando el vínculo, estableciendo límites, generando libertades. Delimitando tiempos y espacios de una manera personal o de manera conjunta, quizás. Sin demandas, sin esperas. Con lo que hay, con lo que alcanza y con lo que falta.
Pero otra vez ¿Es eso lo que quiero, que quiero tener, que quiero tener-te? Acaso que quiero tener-me. Esa fidelidad con uno mismo.
Ser-me fiel, Ser-te fiel y esa “r” que estorbaría si no fuera porque es parte inevitable de mi propia fidelidad. Y aceptar que mi fidelidad no es la tuya y poder decirte que esa “r” a vos te está estorbando y que deberías eliminarla: Se-te fiel. Pedirte eso y que hagas lo que quieras y ¿Qué querés? ¿Querés tener? ¿Querés tener-me? Interrogarte acerca de tu ambición. Decirte que lo pienses, que lo medites, que recapacites. Que no soy tu mitad, que no te completo, que no lleno tu falta ni vos la mía, que no me necesitás.
El inconveniente en este debate entre mi teoría y práctica son las respuestas a tan ambicioso cuestionamiento. Porque quizás no quiero, no quiero tener, no quiero tener-te. Porque, tal vez, en la práctica me esté equivocando de juego. Porque, tal vez, debería comenzar por querer, por querer tener, por querer tener-me y después, quizás, evaluar la posibilidad de pedirte que juegues, que quieras, que quieras tener, que quieras tener-me.
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