jueves, 8 de marzo de 2012

Hasta que se demuestre lo contrario - 2009

Julieta miraba atentamente su vaso de cerveza. Lo tomó despacio y se dedicó a realizar dos tareas al mismo tiempo, como desafiando al machismo dominante en aquella mesa repleta de comida.
Llegó al fondo del vaso y, paralelamente, llegó al fondo del asunto. Concluyó ambas tareas y, redondeando, nos dijo:
- "Lo que pasa es que es chica."
Me sentí obligada a cortar con el silencio de 2 minutos y con las 10 cabezas asintiendo al unísono, refutando la premisa:
- "Tiene un año menos que yo."
Quizás lo dije porque me sentía más grande, quizás me sentía más chica. No estaba del todo segura pero esa incertidumbre me calzaba bien. El problema no era la comodidad ante la falta de respuesta sino la abrupta irrupción de 4 palabras que lograron derribarme del muro:
- "Pero vos sos distinta." – dijo Julieta.
Ahí empezó todo.
¿Qué me quiso decir? Quizás quiso dar por terminada la discusión que se había formado en torno al débil carácter de nuestra joven compañera de trabajo. Quizás con su vaso de cerveza vacío no podía seguir desmenuzando la cuestión.
Lo primero que me impactó fue la palabra: “distinta”. No sabía si escuchar allí un insulto o un halago, si sentirme discriminada, marginada o sentirme la mujer maravilla. De todas formas creo que me centré en ello sólo para evitar el encuentro con lo que realmente estaba dicho allí o, por lo menos, demorarlo un poco más, quizás atenuarlo, restándole la importancia que vestía.
Julieta no hablaba de edades, de cronologías. Julieta hablaba de algo más específico, hablaba de inocencia. Hablaba de esa inocencia que sólo se halla en la ilusión de omnipotencia adolescente, esa ilusión de omnipotencia que me robaron sin permiso y sin previo aviso hace 5 años.
No es que la extrañe o la necesite. Por el contrario, su ausencia me permite caminar un poco más atenta. Lo que me perturbó y me perturba es el modo. Quizás si me hubiese abandonado de una forma menos violenta, más natural. Si me hubiese permitido disfrutarla un tiempo más.
De todas maneras tampoco es eso lo que no deja de martillarme la razón, sino esa lista. Esa lista interminable de inocencias apagadas, sofocadas, con la crueldad que implica esa palabra, con lo que de literalmente espantoso tiene. Esa lista que cada año se hace más larga, más densa, poniéndonos en aviso de las inocencias que se ha cobrado. Esa lista que amenaza con seguir firme en su labor.
Inocencia. Si no sos inocente, sos culpable: eso dice la ley y eso creemos, eso incorporamos. Entonces quizás desde allí podría quedarme un poco más claro eso de "el sentimiento de culpa del que vive", del que sobrevive, del que se queda a resistir, del que se queda a reclamar por todas las inocencias robadas, masacradas, asesinadas.
Quizás desde allí podría comprender, pero no aceptar, esa otra lista, la de los que no pudieron resistir más cargar con la culpa de la inocencia perdida, pero no asfixiada. Perdida, que no es sinónimo de muerte. Lo que se pierde sigue allí, se transforma, tarde o temprano se reencuentra o no, pero algo que se encuentra perdido se encuentra, perdido. Robaron la inocencia, mataron la inocencia y dejaron la culpa, la culpa de la inocencia viva, perdida, pero viva.
Del niño al adulto hay años de distancia. De la inocencia a la realidad, una tragedia y, de la inocencia a la culpa, el camino no es muy diferente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario